Mosaico de las Metamorfosis

Mosaico de las Metamorfosis

sábado, 23 de julio de 2022

Verano en las villas romanas



El verano de Roma era especialmente insano por los rigores del calor y por el peligro de contraer enfermedades (como la fiebre palúdica) provocadas por la cercanía de terrenos pantanosos e insalubres, lo que provocaba la salida en época de verano de todos los ciudadanos romanos que podían permitirse residir en otros lugares más saludables y con un clima más benévolo.

“Tras prometerte que sólo cinco días estaría en el campo, quedo como un mentiroso y todo el mes de agosto se me echa de menos. Ahora bien, si quieres que esté sano y tenga la salud que conviene, la misma licencia que me das cuando estoy enfermo, has de dármela cuando temo enfermar, Mecenas; mientras los primeros higos y el calor le ponen al enterrador una escolta de enlutados lictores.” (Horacio, Epístolas, I, 7)

Horacio en la villa, Camilo Miola, Museo de Capodimonte


Los ricos propietarios romanos encontraron en la costa un lugar ideal donde ubicar sus villas de recreo romanas. Allí encontraban un lugar alejado de la urbe para olvidarse de los negocios y el ajetreo de las calles abarrotadas de gente, y también un entorno con un clima benévolo donde el aire marino proporcionaba una temperatura agradable más llevadera que la de la ciudad.

¡Oh dulce litoral de la templada Formias! A ti, cuando huye de la ciudad del severo Marte y, cansado, se despoja de las preocupaciones que le inquietan, Apolinar te prefiere a todos los lugares. Ni el dulce Tíbur de su casta esposa, ni los retiros de Túsculo o del Álgido, ni Preneste y Ancio los admira él así. A la seductora Circe o a la dárdana Gaeta no las echa en falta, ni a Marica, ni al Liris ni a Salmacis, bañada en el venero Lucrino. Aquí lo más alto de Tetis lo riza un viento ligero; y no está el mar como sin fuerzas, sino que la calma viva del ponto mueve el pintado bajel con la ayuda de la brisa, lo mismo que, con el abaniqueo de la púrpura de una joven a la que no le gusta el calor, llega un fresco saludable. (Marcial, Epigramas, X, 30)

Despedida, Pintura de Ettore Forti

Esta circunstancia dio pie a algunos autores a ensalzar el encanto y la ventaja del mundo rural o de zonas alejadas de la ciudad de Roma, donde se podía disfrutar de lo mejor de ella, pero sin caer en el exceso y la desvergüenza que se podía encontrar en la urbe o en las ciudades de recreo vacacional.

"Mientras tú quizás andas de aquí para allá sin descanso, Juvenal, por la bulliciosa Subura o te pateas el monte de la soberana Diana; mientras de puerta en puerta de los poderosos te hace aire la toga que hace sudar y, en tu vagar, el Celio mayor y menor te fatigan, a mí, después de muchos diciembres reencontrada, me ha acogido y me ha hecho un campesino mi Bílbilis, orgullosa de su oro y de su hierro. Aquí cultivo perezoso con un trabajo agradable el Boterdo y la Plátea —las tierras celtíberas tienen estos nombres demasiado rudos—, disfruto de un sueño profundo e interminable, que a menudo no lo rompe ni la hora tercia, y ahora me recupero de todo lo que había velado durante tres decenios. No sé nada de la toga, sino que, cuando lo pido, me dan de un sillón roto el vestido más a mano. Al levantarme, me recibe un hogar alimentado por un buen montón de leña del vecino carrascal y al que mi cortijera rodea de multitud de ollas. Detrás llega el cazador, pero uno que tú querrías tener en un rincón del bosque. A los esclavos les da sus raciones y les ruega que se corten sus largos cabellos el cortijero, sin un pelo. Así me gusta vivir, así morir." (Marcial, Epigramas, XII, 18)

Ilustración Andy Gammon

La ciudad de Bayas, situada en la costa de Campania, convertida en lugar de recreo veraniego en la época imperial, tiene sus orígenes en el siglo III a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C., Pompeyo limpió el litoral de piratas y los patricios romanos comenzaron a construir allí sus residencias de verano.

Bayas tenía dos complejos termales solo inferiores en tamaño y prestigio a las termas de Roma, también acuarios y piscifactorías con las que asegurarse el pescado y marisco fresco todos los días. Las villas y edificios estaban decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y réplicas de esculturas griegas. Además, había un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina Mirabilis, una cisterna con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que se encargaba del suministro de agua dulce.

Sin embargo, Bayas no era una ciudad porque carecía de edificios civiles y políticos, solo era un complejo vacacional para ciudadanos ricos e influyentes. Allí se celebraban fiestas donde corría el vino en exceso y los banquetes que se prolongaban en largas veladas nocturnas durante los cuales tenían lugar todos los lujos y vicios, lo que la llevó a ser llamada «ciudad del pecado» y ser criticada por historiadores, poetas y escritores.

"De ahí que, pensando en un lugar retirado, nunca escogerá él Canopo por más que en Canopo a nadie se impida ser bueno; como tampoco Bayas, que ha comenzado a ser mansión de vicios. Allí la lujuria se permite el mayor desenfreno; allí, como si un cierto libertinaje lo reclamase el propio lugar, se le da rienda suelta." (Séneca, Epístolas, 51, 3)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Según Plinio el joven, algunos consideraban el clima de montaña, en su época, más beneficioso que el de la costa, por lo que los ciudadanos más adinerados disponían de residencias en distintas localizaciones geográficas para elegir estancia de acuerdo a la estación del año en la que se encontraban.

“Te agradezco sinceramente la preocupación e inquietud que me has demostrado, al intentar persuadirme de que no pase el verano en mi villa de la Toscana, cuando te enteraste de mi intención de hacerlo así, ya que piensas que el lugar es insalubre. En verdad que la zona de la costa toscana inmediata al litoral es pestilente y peligrosa para la salud, pero mis propiedades se encuentran lejos del mar, más aún incluso yacen al pie de los Apeninos, considerados los más saludables de los montes.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

El clima era un motivo importante para el retiro en el campo. Huir del calor sofocante del verano en la ciudad animaba a los ricos hacendados romanos a trasladarse hasta sus villas rurales, donde el ambiente normalmente más fresco y la tranquilidad permitía disfrutar del ocio y las actividades propias del campo.

“Te metes conmigo por quedarme en el campo, yo podría con más razón quejarme de que tú permanezcas en la ciudad. La primavera a deja paso al Verano; el sol ha completado su trayecto hasta el trópico de Cáncer y ahora avanza en su viaje hacia el polo. ¿Por qué debería desperdiciar palabras sobre el clima que tenemos aquí? El creador nos ha situado de tal forma que estamos expuestos a los calores vespertinos. Es decir, todo resplandece; la nieve se está derritiendo en los Alpes; la tierra está cosida a grietas. Los vados no son sino grava seca, las orillas duro barro, los llanos polvo; los arroyos languidecen y apenas pueden correr; en cuanto al agua, caliente no es la palabra; hierve. Todos sudamos en sedas ligeras y linos; pero allí estás en Ameria todo envuelto en tu amplia toga, hundido en un sillón, y diciendo entre bostezos: Mi madre era una Samia a alumnos más pálidos por el calor que por temor a ti. Puesto que amas tu salud, aléjate en seguida de tus sofocantes callejones, únete a nuestro hogar como el más bienvenido de todos los huéspedes, y en este, el más atemperado de los retiros evita al intemperado Sirio.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2)



Los miembros de las élites de la antigüedad clásica invertían grandes cantidades de dinero en sus villas de recreo a las que se retiraban en épocas estivales para huir del calor de la urbe y donde se rodeaban de amigos o conocidos con los que seguir llevando en cierta medida la misma vida social y mantenían conversaciones sobre diversos temas en los jardines de estas villas, al resguardo de la sombra de frondosos árboles y rodeados de naturaleza.

“Cuando éramos estudiantes en Atenas, Herodes Atticus, hombre de rango consular y de verdadera elocuencia griega, a menudo me invitaba a sus casas de campo cerca de la ciudad en compañía del honorable Serviliano y otros varios compatriotas que se habían retirado de Roma a Grecia en busca de la cultura. Y allí en aquella época mientras estábamos con él en la villa llamada Cephisia, tanto en el calor del verano como bajo el abrasador sol otoñal, nos protegíamos de la difícil temperatura a la sombra de sus espaciosas arboledas, sus largos y suaves paseos, la fresca situación de la casa, sus elegantes baños de agua espumosa y el encanto de la villa que era en todo lugar melodiosa con el chapoteo del agua y armoniosos pájaros”. (Aulo Gellio. Noches Áticas, I, 2)

Pintura de Stepan Bakalowicz

Los triclinios de verano que se situaban en los jardines se rodeaban de vegetación exuberante y de fuentes de agua que proporcionaban un entorno ameno y un ambiente más fresco para disfrutar de las cenas con invitados.

“En la cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsada por los que están sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se desborde. Las viandas de mayor peso, si las hay, se apoyan en el borde de la pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos o aves simuladas. Enfrente hay una fuente que lanza y recoge el agua mediante un juego de cañerías que primero la echa hacia arriba y luego la traga abajo para volver a elevarla después.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

El naturalismo romano permitía disfrutar de los placeres de las comidas campestres a la sombra de un árbol y en contacto con la naturaleza.


"Ahora con su repetido canto las cigarras rompen los matorrales,
ahora en su frío agujero se esconde el abigarrado
lagarto. Si eres discreto, recostado, remójate [ahora] con
el vidrio veraniego, o, si, más bien, quieres hacer uso
de nuevas copas de cristal. Ea, repara aquí tu cansancio
bajo la sombra de pámpanos y ciñe tu cabeza pesada con
una guirnalda de rosas, [graciosamente] gustando los besos
de una tierna doncella."
 (Apéndice Virgiliano, La Tabernera)

Triclinio de verano, Ilustración de Jean-Claude Golvin

A la hora de elegir un terreno para edificar una villa, productiva o de recreo, había que tener en cuenta la orientación para que el calor del verano no resultase perjudicial para la producción o el bienestar.

"En las zonas calurosas, en cambio, debe preferirse la orientación norte que resulta igualmente buena para la producción, para la propia satisfacción y para la salud." (Paladio, De agricultura, I, 7, 3)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

En cuanto a la construcción de la casa en una villa había que tener en mente la climatología para ubicar y disponer las habitaciones de forma que quedasen resguardadas del intenso calor del sol en verano y al mismo tiempo permitiesen, con el uso de ventanas, las corrientes de aire que refrescasen el ambiente.

“Su encanto es grande en invierno, mayor aún en verano. Pues antes del mediodía refresca la terraza con su sombra, después del mediodía la parte más próxima del paseo y del jardín, la cual, según que el día avance o decline, cae por un lado o por otro, ya más pequeña, ya más grande. La misma galería cubierta está por completo libre de los rayos del sol, cuando el astro en todo su ardor cae a plomo sobre su tejado. Además, por sus ventanas abiertas deja entrar y hace circular el céfiro, y nunca la atmósfera llegar a ser pesada y agobiante.” (Plinio, Epístolas, II, 17)




Bibliografía

Las Epístolas de Plinio el Joven como fuente para el estudio de las uillae romanas; Alejandro Fornell-Muñoz
La arquitectura de la Villa Laurentina; Ignacio Villafruela García
Design with climate in ancient Rome: Vitruvius meets Olgyay; John Gelder
Otium as Luxuria: Economy of Status in the Younger Pliny´s Letters; Eleanor Winsor Leach
The Simple Life in Vergil's "Bucolics" and Minor Poems; Elizabeth F. Smiley
The Cambridge Companion to Horace, Town and country; Stephen Harrison






miércoles, 22 de julio de 2020

El mito de Diana y Acteón

Baño de Diana, Mosaico de las Metamorfosis, Villa romana de Carranque, Toledo

El mito de Acteón presenta a un joven, hijo de Aristeo y Autónoe, que instruido por el centauro Quirón, se convirtió en un gran cazador. Un día, mientras Acteón recorría los bosques en compañía de sus perros, encontró a la diosa Diana (Artemis), en un claro junto a un lago, bañándose con sus ninfas, tras una jornada de caza. Acteón se quedó un largo rato contemplando a la diosa desnuda, y, cuando finalmente ella, que era muy cuidadosa con su intimidad, advirtió su presencia, se enojó lo transformó en ciervo, provocando que sus propios perros, al no reconocerlo, lo atacaran y despedazaran.




Según Ovidio, el encuentro de Acteón con Diana se produce en un escenario idílico, el valle de Gargafia, en un lugar apartado con una gruta natural, junto a la que corre un manantial en el que la diosa solía bañarse, acompañada de un cortejo de ninfas, tras un día de caza durante su baño es fortuito, pero sufre la ira de la diosa igualmente. Allí, de forma involuntaria, la encuentra Acteón, el cual, al ser visto por las mujeres, provoca la ira de la diosa, quien procede a pronunciar unas palabras por las que el joven cazador empieza a transformarse en un ciervo, el cual huye y acaba perseguido y despedazado por sus propios perros de caza, con lo cual queda saciada la sed de venganza de la diosa.

“Había un valle cuajado de pinos y de puntiagudos cipreses, conocido
por Gargafia, consagrado a Diana, la de corto vestido, y
en cuyo más apartado rincón hay una gruta, rodeada de selva
y en la que nada es obra del arte; la naturaleza con sus propias
habilidades había imitado al arte; y así, con piedra pómez viva
y con ligeras tobas había trazado un arco natural. A la derecha
murmura un manantial de delgada y límpida corriente y rodeado,
en su amplia salida, de orillas herbosas. Aquí solía la diosa de
las selvas, cuando estaba fatigada de la caza, bañar en el crista-
lino líquido sus miembros virginales. Cuando llegó allí, entregó a
una de sus ninfas. que cuidaba de sus armas, la jabalina, la aljaba
y el arco destensado; otra recogió en los brazos el vestido que la
diosa se ha quitado; otras dos le desatan el calzado; y, más diestra
que aquellas, la isménide Crócale reúne en un moño los cabellos
que caían sueltos por el cuello de la diosa, bien que ella misma
los llevaba flotantes…


Diana en el baño, Volubilis, Marruecos, foro Jerzy Strzelecki

Y mientras allí se baña la Titania en sus aguas acostumbradas, he
aquí que el nieto de Cadmo, después de suspender sus trabajos, y
errando a la ventura por un bosque que no conoce, llega a aquella
espesura; pues los hados lo llevaban. Tan pronto como penetró en
la gruta que destilaba la humedad del manantial, las ninfas, al ver
a un hombre, desnudas como estaban, se golpearon los pechos, lle-
naron de repentinos alaridos todo el bosque, y rodeando entre
ellas a Diana la ocultaron con sus cuerpos; pero la diosa es más
alta que ellas y les saca a todas la cabeza. El color que suelen tener
las nubes cuando las hiere el sol de frente, o la aurora arre-
bolada, es el que tenía Diana al sentirse vista sin ropa. Aunque a
su alrededor se apiñaba la multitud de sus compañeras, todavía
se apartó ella a un lado, volvió atrás la cabeza, y, como hubiera
querido tener a mano sus flechas, echó mano a lo que tenía, al
agua, regó con ella el rostro del hombre, y derramando sobre sus
cabellos el líquido vengador, pronunció además estas palabras que
anunciaban la inminente catástrofe: "Ahora te está permitido contar
que me has visto desnuda, si es que puedes contarlo". y sin
más amenazas, le pone en la cabeza que chorreaba unos cuernos
de longevo ciervo, le prolonga el cuello, hace terminar en punta
por arriba sus orejas, cambia en pies sus manos, en largas patas
sus brazos, y cubre su cuerpo de una piel moteada.


Diana y Acteón. Siria. Foto Egisto Sani

Añade también un carácter miedoso; huye el héroe hijo de Autónoe,
y en su misma carrera se asombra de verse tan veloz. y cuando vio
en el agua su cara y sus cuernos, "iDesgraciado de mí!" iba a decir,
pero ninguna palabra salió; dio un gemido, y ése fue su lenguaje;
unas lágrimas corrieron por un rostro que no era el suyo,
y sólo su primitiva inteligencia le quedó. ¿Qué podría hacer? ¿Vol-
ver a casa, a la mansión real, o esconderse en las selvas? La vergüenza
le impide esto, el temor aquello. Mientras vacila, lo han
visto los perros'; Melampo y el rastreador Icnóbates han sido los
primeros en dar con sus ladridos la señal, de Gnosos Icnóbates,
de raza espartana Melampo…



Diana y Acteón. Pompeya. Foto Carole Raddato

Toda la jauría le persigue, ansiosa de botín, por rocas y peñascos,
por riscos inaccesibles, por donde el camino es difícil. por donde no existe camino.
Huye él a través de parajes por los cuales muchas veces había él perseguido,
iay! huye de sus propios servidores. Anhelaba gritar: "Yo
soy Acteón, reconoced a vuestro dueño". Pero las palabras no acuden
a su deseo; atruenan el aire los ladridos. Melanquetes I le hizo
las primeras heridas en el lomo; siguieron las de Terodamante;
Oresítrofo hizo presa en el hombro. Habían partido después que
los otros, pero a través de atajos de la montaña se adelantaron
en el camino. Mientras ellos sujetan a su dueño, se congregan los
demás de la tropa y juntan sus dientes en aquel cuerpo. No hay
ya espacio que herir; gime él, y su voz, aunque no es de hombre,
no podría tampoco emitirla un ciervo, y colma de lúgubres lamentos
las alturas que le son tan conocidas; y con las rodillas
contra el suelo, en actitud suplicante y como si algo pidiera, mueve
a un lado y otro el rostro, como si alargara sus brazos. Pero sus
compañeros, que nada saben, azuzan con sus habituales gritos al
arrebatado tropel, buscan con los ojos a Acteón, y a porfía gri-
tan "Acteón", como si estuviera ausente -al oir su nombre vuelve
él la cabeza-, y se lamentan de su ausencia y de que por desidia
no asista al espectáculo de la presa que se les ha presentado.
El bien quisiera estar ausente, pero está presente; y quisiera ver,
pero no notar además las salvajes hazañas de sus propios perros.
Por todas partes le acosan, y con los hocicos hundidos en su cuerpo
despedazan a su dueño bajo la apariencia de un engañoso ciervo.
y dicen que no se sació la cólera de Diana, la de la aljaba, hasta
que acabó aquella vida víctima de heridas innumerables.” (Ovidio, Metamorfosis, III)


En la época clásica griega el castigo al que Artemis somete a Acteón no se debe a que la sorprendiese durante su baño, sino a que se había permitido jactarse de ser mejor cazador que la diosa, razón por la que esta aparece siempre vestida en las obras artísticas.



Artemis y Acteón. Metopa de templo en Selinonte. Museo Arqueológico de Palermo

En el periodo helenístico aparece el tema del baño de la diosa. Calímaco establece una relación de amistad entre Acteón y Diana para conferir al episodio un mayor dramatismo por la inflexibilidad de la diosa ante la acción involuntaria de un amigo

“¡Cuántas víctimas quemará, andando el tiempo, la Cadmeide en el ara sacrificial, cuántas Aristeo, suplicando ver ciego a su hijo único, el adolescente Acteón! Y, sin embargo, éste será compañero de correrías de Ártemis la grande; y ni esas correrías compartidas, ni las flechas que juntos arrojarán en las montañas, podrán salvarlo cuando, involuntariamente, vea el placentero baño de la diosa; sus propios perros se lo cenarán, a él, que fuera su amo.” (Calímaco, Himnos, V)





Otros autores atribuyen la muerte a otros motivos. Pausanias relata que Diana envuelve al joven cazador en una piel de ciervo para evitar su boda con Sémele, con quien Zeus quería unirse.

“Viniendo desde Mégara hay una fuente a la derecha, y avanzando un poco, una roca. La llaman “lecho de Acteón”, porque dicen que sobre esta roca dormía Acteón cuando se cansaba de cazar, y dicen que en la fuente vio a Ártemis bañándose. Estesícoro de Hímera7 cuenta que la diosa cubrió a Acteón con una piel de ciervo y así preparó su muerte por medio de sus perros, para que no tomara por mujer a Sémele.
Yo estoy convencido de que, sin intervención de la divinidad, la rabia atacó a los perros de Acteón. Se volvieron locos y habían de despedazar a todo el que encontraran, sin distinción.” (Pausanias, Descripción de Grecia, IX, 2, 3)



Acteón. Museo Corinium, Cirencester, Inglaterra.


El autor Diodoro Sículo justifica el enfado de la diosa por la pretensión de Acteón de contraer matrimonio con ella o por pensar que era mejor cazador.

“A continuación, dicen, se trasladó a Beocia, donde se casó con una de las hijas de Cadmo, Autónoe, con quien engendró a Acteón, quien, según cuentan los mitos, fue despedazado por sus propios perros. Algunos relacionan la causa de esta desventura con el hecho de que, en el templo de Artemis, como premio a las primicias de caza que había consagrado a la diosa, había proyectado que se celebrara su matrimonio con Artemis; pero otros dicen que fue porque declaró que aventajaba a Ártemis en la caza. No es inverosímil que la diosa se irritara por ambas causas; bien porque Acteón se aprovechara de sus capturas de caza para obligar a aquella que no quería tomar parte en la boda y satisfacer así su propio deseo, bien porque se atreviera a declarar que era mejor cazador que ella, cuando incluso los dioses han renunciado a rivalizar con ella en estas artes, lo cierto es que la diosa concibió contra él una cólera justificada. En suma, es verosímil que su aspecto fuera metamorfoseado en uno de los animales salvajes capturados y que sus perros, que tenían por presa a todos los animales salvajes, lo mataran.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, IV, 81, 4)



Casa de Salustio, Pompeya. Acuarela de Josef Theodor Hansen (1886)


Ovidio utiliza la desdichada fortuna que se abatió sobre Acteón para ilustrar la suya en el destierro en Tomis, ninguno puede volver a casa, Acteón por enojar a una divinidad, Ovidio al emperador.


“Sin pretenderlo, Acteón contempló desnuda a Diana y, sin embargo, no por ello fue menos presa de sus propios perros; y es que, a los ojos de los dioses, hasta el azar hay que expiarlo y un hecho casual no obtiene el perdón, si ha sido ofendida una divinidad.” (Ovidio, Tristes, II, En defensa de su poesía)

Nono de Panópolis presenta a un Acteón, que ante la vista de la diosa se queda observando y muestra intención de seguir contemplando su desnudez, por lo que no se ve tan inocente como el joven descrito por Ovidio.

“Ocurrió que un día, sentado en lo alto de un roble de elevado tronco vio todo el cuerpo de la Arquera mientras se estaba bañando. Él, Ávido observador de la diosa que no se debe ver, recorrió con sus ojos la casta piel de la virgen no desposada, y la vio de cerca. Pero mientras espiaba con furtivos ojos la figura sin ropa de la soberana, una ninfa Néyade lo vio a lo lejos con torvos ojos. Apabullada, prorrumpió en gritos y comunicó a su soberana el irrefrenable atrevimiento de un varón loco de amor.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, V, 305)



Diana y Acteón. Casa de Octavio Quartius, Pompeya
Además, este mismo autor señala a la diosa como causante de una locura colectiva en los perros para matar a su amo, los cuales, por el cruel ensañamiento deseado por ella, acabarán con el desafortunado Acteón de la forma más dolorosa posible.

“Sus perros no reconocieron ya más a su antiguo amo que había cambiado de naturaleza. La cruel Arquera en su resentimiento los enloqueció con un inapelable signo de su cabeza; y en este rabioso desvarío, presos de un furioso aire, ellos aguzaron la doble fila de sus parejos dientes asesinos de cervatillos. Y desorientados ante el falso aspecto de un ciervo, devoraron su moteado cuerpo, que no le pertenecía, con irracional furor. Pero la diosa pensó otro tormento. Que los perros con lentas mandíbulas desgarraran poco a poco a Acteón, que aún respiraba y estaba consciente, a fin de atormentar su corazón con los dolores más agudos.” (Dionisiacas, V, 330)



Acteón. Mosaico de Conimbriga, Portugal


De acuerdo con Apolodoro, los perros, tras matar a su amo, sin haberlo reconocido, recorren el bosque buscando a su amo, y llegan donde está Quirón, quien crea una estatua de bronce con la figura de Acteón para ellos.

“Tras la muerte de Acteón, los perros lo buscaron aullando en términos que movían a piedad, y solo se consolaron con una estatua que había modelado el centauro Quirón a imagen y semejanza del joven cazador.” (Apolodoro, Biblioteca Mitológica, IV, 4).

En la antigüedad se realizaron obras artísticas que reflejaban el mito de Acteón en sus diversas fases, el baño de la diosa, la transformación del joven cazador en un ciervo o su muerte al ser atacado por sus propios perros. Mosaicos, frescos y estatuas han transmitido el infortunado incidente como prueba del destino trágico de los mortales ante la ira y el designio de los dioses.

“Un mármol de Paros, cincelado con los rasgos de Diana, ocupa exactamente el centro de la estancia; era una obra de radiante perfección: la diosa, con su túnica desplegada al viento y en viva carrera, parecía salir al encuentro de los visitantes; su majestad inspiraba veneración. Unos perros forman a ambos lados su escolta; también los perros eran de piedra; tenían una mirada amenazadora, las orejas tiesas, las fosas nasales dilatadas, la boca dispuesta a devorar; si en la vecindad se dejaba oír algún ladrido, te figurarías que salía de aquellas fauces de mármol…A espaldas de la diosa se yergue una roca en forma de gruta con musgo, césped, hojas, varitas, pámpanos por aquí, arbustos por allí, una verdadera flora nacida en la piedra. En el interior de la gruta destaca la sombra de la estatua sobre la blancura del mármol. En la cornisa de la roca cuelgan frutas y racimos de tan acabada perfección, que el arte, compitiendo con la naturaleza, supo crearlos con el mismo aparente realismo. En medio de la enramada, un Acteón de piedra se adelanta hacia la diosa con indiscreta mirada; medio cambiado ya en ciervo, se le ve en la piedra de la roca y en el agua de la fuente a la vez acechando la entrada de Diana en el baño.” (Apuleyo, El asno de oro, II, 3, 10)


Acteón. Museo Británico. Londres



Bibliografía

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=58105; Nono de Panópolis y el mito de Acteón; Antonio Villarubia
https://riull.ull.es/xmlui/handle/915/5902?show=full; La violencia en la mitología clásica. Los castigos de los dioses; Daniella E. Felipe Ferrer
https://core.ac.uk/reader/58910172; El tema de Acteón en algunas literaturas europeas; Bienvenido Morros Mestres
Arte y mito. Manual de iconografía clásica. Miguel Ángel Elvira Barba, Ed. Sílex


domingo, 31 de marzo de 2019

Historia de Hércules (I)



Joven Hércules


Afirman que de Dánae, hija de Acrisio, y Zeus nació Perseo; y unida a éste, Andrómeda, hija de Cefeo, engendró a Electrión; a continuación Eurídice, hija de Pélope, se casó con él y dio a luz a Alcmena, a la que se unió a su vez Zeus gracias a un engaño y engendró a Heracles. (Diodoro, Biblioteca Histórica, IV, 9, 1)

Así, pues, se dice que su línea genealógica remonta, por parte de sus dos progenitores, al más grande de los dioses, de la manera que hemos indicado. Las virtudes que le adornan se han considerado no sólo a partir de sus hazañas, sino que ya antes de su nacimiento le han sido reconocidas. Porque, cuando Zeus se unió a Alcmena, triplicó la duración de la noche y, la magnitud del tiempo que se empleó en la procreación, presagió la fuerza extraordinaria del que iba a nacer. (Diodoro, Biblioteca Histórica, IV, 9, 2-3)



Hércules niño, Museo Arqueológico de Tarragona

Cuando se presentó Anfitrión y vio que su mujer no se mostraba atenta con él, le preguntó el motivo; dijo entonces ella que ya había venido la noche anterior y había yacido con ella, y comprendió él por Tiresias que Zeus se había unido con ella. (Apolodoro Biblioteca Mitológica, II, 4, 8)


Una vez transcurrido el tiempo natural del embarazo, Zeus, cuyo pensamiento estaba puesto en el nacimiento de Heracles, proclamó en presencia de todos los dioses que haría rey a aquel de los Perseidas que naciera en ese día. Pero Hera, movida por los celos y con la colaboración de su hija Ilitía, detuvo los dolores de parto de Alcmena e hizo venir al mundo a Euristeo antes de tiempo Zeus, burlado por esta estratagema, quiso a la vez mantener su promesa y atender a la futura gloria de Heracles. Por eso, dicen, persuadió a Hera a llegar a un acuerdo por el que Euristeo sería rey de acuerdo con su propia promesa, mientras que Heracles, a las órdenes de Euristeo, cumpliría los doce trabajos que Euristeo le encomendara y, tras llevarlos a término, alcanzaría la inmortalidad. (Diodoro, Biblioteca Histórica, IV, 9, 4)


Alcmena dio a luz a dos niños, uno para Zeus, Heracles, mayor en una sola noche, y otro para Anfitrión, Ificles. (Apolodoro, Biblioteca mitológica, II, 4, 8)


Alcmena, temerosa de los celos de Hera, expuso al recién nacido en un lugar que actualmente recibe por él el nombre de «Llanura de Heracles». En esto Atenea, acercándose al lugar en compañía de Hera y maravillada por la naturaleza del niño, persuadió a Hera para que le diera el pecho; pero, al tirar el niño del pecho con una fuerza superior a la que por su edad correspondía, Hera no pudo resistir el intenso dolor y se quitó de encima al recién nacido; luego Atenea lo llevó junto a su madre y le ordenó que lo criara. (Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica, IV, 9, 6)



Hera dando de mamar a Herakles, foto de Marie Lan Nguyen

Cuando aquel tenía ocho meses Hera envió dos serpientes enormes a su cuna con la intención de destruir a la criatura. Alcmena llamó gritando a Anfitrión, pero Heracles se levantó y las aniquiló estrangulándolas a cada una con una mano. (Apolodoro, Biblioteca Mitológica, II, 4, 8)

Por ello precisamente los argivos, al enterarse de lo sucedido, aunque antes se llamaba Alceo, le dieron el nombre de Heracles, porque gracias a Hera había obtenido la gloria (kléos). A los otros niños, pues, los padres les imponen un nombre, pero a éste solo le dio nombre el valor. (Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 10, 1)



Hércules niño estrangulando las serpientes. Izda.: Augusteo de Herculano,
drcha. Casa de los Vetii, Pompeya.

Anfitrión fue expulsado de Tirinte y trasladó su residencia a Tebas; y Heracles, tras haber sido criado y educado, y sobre todo tras haber practicado con gran empeño los ejercicios atléticos, llegó a ser el primero de todos por su fuerza física y asimismo famoso por la brillantez de su espíritu. (Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 10, 2)

Heracles había sido instruido en la conducción del carro por Anfitrión, a luchar por Autólico, a disparar el arco por Éurito, a combatir con armas pesadas por Cástor, a cantar al son de la cítara por Lino, que era hermano de Orfeo. Este vino a Tebas y se hizo tebano y fue muerto por Heracles, que lo golpeó con la cítara, irritado porque aquel lo había pegado y por eso lo mató. Algunos lo llevaron ante la justicia por asesinato, pero Heracles citó una ley de Radamantis según la cual aquel que repeliese a uno que agrediera sin razón, era inocente, y así fue absuelto. 



Hércules ataca a Lino, foto de Egisto Sani


Pero Anfitrión temió que hiciese de nuevo algo semejante y lo envió a cuidar bueyes. Creció en esto y aventajó a todos en estatura y fuerza. Podía verse claramente que era hijo de Zeus, pues su cuerpo tenía cuatro codos y sus ojos brillaban con el resplandor del fuego. No fallaba ni disparando el arco ni con otras armas arrojadizas. (Apolodoro, Biblioteca Mitológica, II, 4, 9)



Joven Hércules, Museo Metropolitan, Nueva York

Mientras estuvo con las manadas de bueyes, mató a los dieciocho años al león de Citerón. Este arrojándose desde Citerón hacía estragos en los ganados de Anfitrión y de Tespio, el rey de Tespias, al cual había ido Heracles con la intención de cazar el león. Lo hospedó durante cincuenta días y cuando regresaba de la caza le entregaba cada noche una de sus hijas para que se uniera con ella, pues tenía cincuenta, nacidas de Megamede, la hija de Arneo. Deseaba que todas tuvieran un hijo de Heracles. Este se pensaba que siempre era la misma y así se unió con todas. Luego de someter al león, se cubrió con su piel y utilizó la abertura de la boca como yelmo. (Apolodoro, Biblioteca Mitológica II, 4, 10)






Habiendo aprendido de Éurito previamente el manejo del arco, Heracles tomó de Hermes una espada, de Apolo un arco y flechas, de Hefesto una coraza de oro y de Atenea un manto. Además, él mismo cortó una maza en Nemea. (Apolodoro, Biblioteca Mitológica II, 4, 11)



Izda.: Pintura de Hércules con maza. Drcha. Detalle de mosaico mostrando a Hércules con maza de las Metamorfosis de la villa romana de Carranque, Toledo, España 


Cuando regresaba de la cacería se encontró con los mensajeros enviados por Ergino, enviados a cobrar el tributo de los tebanos. Los tebanos pagaban tributo a Ergino por la siguiente causa: a Clímeno, el rey de los minias, le lanzó una piedra el auriga de Meneceo, llamado Perieres, en el recinto consagrado a Posidón en Onquesto, y lo hirió. Fue trasladado a Orcómeno medio muerto y al morir encargó a su hijo Ergino que vengase su muerte. Entonces Ergino marchó contra Tebas y matando a no pocos, estipuló mediante juramentos que los tebanos le enviarían tributo durante veinte años, a razón de cien bueyes cada año. Heracles, por tanto, encontró a los mensajeros cuando iban a Tebas a por el tributo, y los ultrajó, pues les cortó las orejas y las narices y les ató las manos con cuerdas al cuello diciéndoles que llevasen este tributo a Ergino y los minias. Indignado por esto Ergino marchó contra Tebas, pero Heracles tomando las armas de Atenea le hizo frente y lo mató, poniendo en fuga a los minias y obligándolos a pagar a los tebanos un tributo doble. Y sucedió que Anfitrión murió en la batalla luchando valientemente. Heracles tomó de Creonte como premio a su hija mayor, Mégara, de la cual le nacieron tres hijos: Terímaco, Creontíades y Deicoonte. En cambio, la hija más joven de Creonte se la entregó a Ificles, que ya tenía un hijo, Yolao, de Automedusa, la hija de Alcátoo. (Apolodoro, Biblioteca Mitológica II, 4, 11)






De hecho, cuando por su edad todavía era un efebo, fue el primero en liberar Tebas, correspondiendo a la ciudad con la gratitud debida, como si fuera su patria… Cuando Heracles supo que Ergino, el rey de los minias, se acercaba a la ciudad con sus soldados, salió a su encuentro en un desfiladero e inutilizó al grueso de la fuerza enemiga, y él mismo mató a Ergino y dio muerte a casi todos sus acompañantes. Luego se presentó por sorpresa en la ciudad de los orcomenios e, irrumpiendo repentinamente en el interior de las puertas, incendió el palacio de los minias y arrasó la ciudad. Esta hazaña circuló de boca en boca por toda Grecia y todo el mundo admiró el inesperado suceso. El rey Creonte, admirando el valor del joven, le dio a su hija Mégara en matrimonio y, como si se tratara de su hijo legítimo, le confió los asuntos de la ciudad. Pero Euristeo, que era rey de Argolide, receloso respecto al crecimiento del poder de Heracles, lo envió a buscar y le dio la orden de llevar a cabo los trabajos. Dado que Heracles no acataba la orden, Zeus le envió el mandato de que se pusiera al servicio de Euristeo. (Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 10, 2)


Entonces Heracles se dirigió a Delfos y, tras interrogar al dios Apolo sobre aquello, recibió del oráculo una respuesta que le comunicaba que los dioses habían decidido que debía realizar los doce trabajos que le ordenaba Euristeo y que, tras su cumplimiento, alcanzaría la inmortalidad. (Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 10, 7)

Tras estos hechos, Heracles cayó en un abatimiento poco común. Juzgaba, en efecto, que ser esclavo de un hombre inferior a el no era en modo alguno digno de su propio valor, y al mismo tiempo desobedecer a Zeus, que además era su padre, le parecía inconveniente e imposible. Y mientras se venía abajo en esta situación de perplejidad, Hera le envió el enajenamiento, y lo que era aflicción del alma terminó en locura. Fuera de sí por el agravamiento del mal, se lanzó contra Yolao para matarlo. Éste consiguió huir, pero, al encontrarse allí a los hijos que había tenido con Mégara, los asaeteó como si fueran sus enemigos. Apenas se vio liberado de la locura y se dio cuenta de lo que había hecho en su inconsciencia, se sumió en un gran dolor por la enormidad de su desgracia. 



Hércules Furioso, Villa Torre de Palma, Museo Arqueológico Nacional de Lisboa

Aunque todos compartieron su pena y se unieron a su dolor, él permaneció quieto en su casa durante mucho tiempo, evitando los encuentros y las conversaciones con otros hombres. Finalmente, sin embargo, el tiempo apaciguó el sufrimiento y, con la decisión de enfrentarse a los peligros, se presentó a Euristeo. (Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 11, 1-2)


Fuentes:

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica, Editorial Gredos
Apolodoro, Biblioteca Mitológica, www.lectulandia.com

lunes, 27 de marzo de 2017

Villa San Marco en Castellammare di Stabia, Italia

La villa de San Marco en Castellammare di Stabia fue sepultada tras la erupción del Vesubio y fue excavada en el siglo XVIII. Conserva pinturas in situ y otras pueden verse en el museo de Nápoles.


Atrio tetrástilo de columnas jónicas de entrada a la casa



Sacellum o Lararium con acceso desde el atrio


Culina, cocina de la casa


Estancias de la casa con pinturas



Estancias de la casa con pinturas


Atrio de entrada al balneum, baños de la casa

Instalaciones del caldarium

Pórtico columnado con pinturas


Ninfeo

Jardín con natatio (piscina)

    





                 
 




Fotos tomadas por Samuel López Iglesias en 2008